martes, 1 de diciembre de 2009

Padres nuestros:



Reducir el concepto de matrimonio al de hombre y mujer porque, según la Iglesia de Roma, “en la complementariedad natural (?) de ambos se encuentra la dimensión procreadora que necesita la sociedad para seguir creciendo”, significa limitar algo tan rico y complejo como las relaciones humanas a una cuestión meramente genital.

Parece difícil pedir a aquellos que no han formado nunca una familia que sean capaces de opinar razonablemente sobre ella; pero todos los católicos que, con una venda dogmática, secundan sus manifestaciones contra los homosexuales deberían ser capaces de hacer frente a lo que les dicen desde el púlpito con algo de sentido común y, en casos como el de la locutora Cristina Chinglin o el del pseudopsiquiatra Aquilino Polaino, con algo más de dignidad.

Para construir una sociedad no basta con poner ladrillos en sus muros. Ese concepto de familia que tanto han viciado la Iglesia y algunos de sus acólitos, no se puede medir exclusivamente en términos cuantitativos. El valor de una sociedad no se encuentra en la cantidad de individuos que la conforman, sino en la calidad de los mismos; y ahí es donde muchos gays y lesbianas ya están demostrando (a aquellos que lo quieren ver), que sus hijos e hijas están siendo criados para aportar a nuestra sociedad esa calidad humana que no se encuentra en todos los hijos de las parejas heterosexuales, por el mero hecho de serlo. Más aún, los estudios publicados al respecto, entre los que destaca en España el realizado por el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid y el Departamento de Psicología Evolutiva de la Universidad de Sevilla (financiado por la Oficina del Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, siendo su presidente Ruiz Gallardón), demuestran que los hijos de parejas homoparentales destacan por su nivel de tolerancia ante la diversidad social, lo que, sin duda, ayuda a construir una sociedad mejor para todos, con independencia no sólo de la condición afectiva, sino también de factores culturales, económicos, étnicos o de género.

Construir una sociedad significa aportar a la misma individuos capaces de enriquecerla, de hacerla avanzar en todos su ámbitos, de contribuir a ella con su trabajo y con su experiencia vital. Para esto se requiere algo más que un pene y una vagina que tras un vulgar frotis produzcan un nuevo ladrillo. Esta sociedad requiere hombres y mujeres conscientes de la responsabilidad que exige engendrar (o adoptar) un hijo y capaces de hacer de ese hijo una persona que pueda enriquecerla en los términos mencionados anteriormente. Eso es crear familia (lo que otros rebuznan es simplemente parir), y esa capacidad se encuentra en nuestra calidad como personas, con independencia de nuestra orientación sexual.

1 comentario:

Mayte Olivares Cruz dijo...

Eres una persona genial, ánimo!! Me encanta cómo defiendes lo que te corresponde.
Saludos!!!